La Facultad de Ciencias Químicas e Ingeniería (FCQI) de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), logró demostrar con estudios computarizados, que existe desarrollo cerebral en niños con Trastorno del Espectro Autista (TEA), después de recibir terapias.
Investigadores de la FCQUI realizan una investigación en la que se miden las señales electroencelofalográficas, las cuales demuestran científicamente que sí hay desarrollo cerebral después de realizar actividades de aprendizaje en niños con TEA.
Normalmente, lo que hacen las instituciones u organismos que atienden a personas con esta condición, es una evaluación mediante la observación, explicó José Jaime Esqueda Elizondo, quienes el responsable del estudio.
Es tan solo una apreciación a fin de cuentas, y con estas mediciones podemos darles datos reales sobre lo que está sucediendo”, señaló, “esto es para generar mejores entornos de aprendizaje, a través de medir la carga mental, la atención, niveles de estrés y cuantificar los niveles de potencia que manejan.
Esta es una forma de demostrarles a los padres que sí hay cambio. Algunos de ellos piensan que no tiene caso que estudien o reciban terapia si no cambiarán las cosas.
Para realizar este estudio, se utiliza una interfaz cerebro-computadora, también conocida como BCI (Brain Computer Interface por sus siglas en inglés), además de un dispositivo que capta señales de una persona, en este caso niños con TEA.
Cuando los niños realizan alguna actividad, las señales eléctricas cerebrales son enviadas a una computadora para ser procesadas, explicó Esqueda Elizondo.
Si de repente vemos que aumenta la potencia de las señales en la banda que corresponde al estrés, podemos pensar que el niño no está entendiendo y se está estresando, lo cual no es bueno, entonces se puede generar un mejor entorno de aprendizaje.
En un experimento compararon a dos niños de la misma edad, siendo un niño con TEA, aplicándoles las actividades de insertar sopa en un alambre (motricidad fina), jugar a la lotería, cantar y armar un rompecabezas de 12 piezas.
Observaron que el comportamiento de las señales del segundo niño se mantenía centrado en un hemisferio, focalizado, mientras que en el niño con autismo estaba disperso.
Pasó un año de terapia y atención con el niño con TEA, a quien le repitieron la prueba y comprobaron que las señales se estaban aproximando a una focalización.