La adicción al juego es una enfermedad mucho más poderosa de lo que se piensa, no es un simple problema de voluntad como creen muchos, ya que en sus etapas más oscuras puede conducir al suicidio del individuo al perder la esperanza de recuperar todo lo que ha perdido.
Para el especialista Eutiquio Pasos la ludopatía es una enfermedad muy peligrosa, incluso incomprendida; muchas veces el paciente sufre en silencio, les dicen que solo es falta de voluntad para dejar el juego, cuando en realidad se trata de un proceso cerebral, que hace a la persona una y otra vez volver al juego, sin que pueda explicarlo o poner resistencia.
Anteriormente la gente iba a jugar a Las Vegas, a Viejas o a otros lugares, pero cuando los casinos se instalaron en Mexicali la situación dio un vuelco, la cercanía los hizo accesible a todos, ya no había que viajar a Estados Unidos, por lo que la incidencia de la ludopatía se disparó, aunque por falta de estudios no se sabe en qué medida.
Ante esto, el doctor Pasos ha intentado crear grupos de autoayuda, pero no los ha podido consolidar.
De hecho, ha perdido contacto con los integrantes del primer grupo, sabe que algunos han caído nuevamente en el juego.
Todos los pacientes que ahora atiende tienen algo en común: Su adicción se disparó a partir de que llegaron los casinos a Mexicali.
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El duelo
El grupo de autoayuda lleva seis semanas de terapia, se puede considerar como un éxito.
Se trata de tres mujeres que solicitaron el anonimato y que las nombraremos “A”, “B” y “C”. Posteriormente se incorporaron dos personas más. Era la primera vez que acudían a terapia, se trata de una ama de casa a la que nombraremos “D” y el único varón del grupo denominaremos “E”.
Se trata de personas de clase media alta, es decir, con ingresos holgados que les permitieron darse el lujo de acudir a los casinos. Para la terapia los pacientes debieron destruir sus tarjetas de clientes de los casinos y escribir una carta de duelo despidiéndose de su adicción, en las que primero describían las cosas buenas.
Lo bueno y lo malo
La paciente “A” inició la ponencia. Recordó que cada vez le pesaba levantarse de la máquina para no dejar de jugar, se la podían ganar; no comía ni iba al baño, incluso le llegaba el amanecer y se retiraba del lugar sin ningún peso en la bolsa.
Culpa, enfado, depresión, tristeza, dolor, baja autoestima, fueron los sentimientos que la invadían debido a que les había fallado a quienes más quería.
“Dios mío, ¿qué hice?, fue el cuestionamiento que se hizo una y otra vez al quedarse sin dinero.
Había veces que llegaba a las 4:00 de la mañana a su casa, abrazaba con desesperación a su pequeña hija para comerla a besos y así recuperar el tiempo perdido, pero en realidad ¿qué le podía ofrecer?, no tenía un peso en la bolsa…
La paciente “C” externó que empezó a frecuentar los casinos en Estados Unidos los fines de semana. Se “perdía” en más de 24 horas de juego. Pero después le invadía la depresión, la soledad, tristeza, arrepentimiento, aunado a que no traía un solo peso en la cartera. Lo único que la sacaba de esta amargura era conseguir dinero prestado para seguir jugando.
Cuando llegaron los casinos a Mexicali, se escapaba del trabajo para seguir jugando, ya que iba todos los días. Ahora, todo el dinero que le pagan en su trabajo se encuentra comprometido en pagar intereses de los préstamos.
“Pasaré una vejez miserable, no lo merezco”, lamentó al destacar que ha tirado por la borda sus 40 años de trabajo.
Buscan ayuda
La paciente “D” recuerda que su adicción inició en el 2010, fecha en la que se instalaron los casinos. Ella no se pudo controlar y hasta gastó dinero que no era suyo, incluso no atiende a su hijo por estar en el juego.
“Aunque ganes, no puedes parar”, expresó. Al reconocer su problema, llamó a un número 01 800 que aparecía en uno de los casinos para pedir ayuda. Se trataba de una especie de centro de atención juvenil, pero no era la ayuda que esperaba, hasta que encontró en Facebook al doctor Eutiquio.
Visiblemente ansioso, el paciente “E” compartió su historia. Lo suyo no son las máquinas, sino la baraja. Empezó a frecuentar los casinos por invitación de quien en ese entonces era su jefe. Sin embargo, perdió el control del juego al grado de que cuando se amanecía llamaba al trabajo para avisar que se sentía mal.
Perdió el control de sí mismo, el juego ocupó un lugar preponderante en su vida a tal grado que su hijo le perdió el respeto y su esposa lo ha abandonado. Aunque jugar a la baraja le ha hecho demasiado daño, es algo que no ha podido dejar.