(SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE)
En abril del 2014 Melisa Urías Jacunde, madre de Francisco Ortega Urías, niño sobreviviente de rickettsia, trabajaba en la maquiladora Andrefcraf, donde le cambiaban de turno y debía buscar la manera de darse tiempo para estar yendo al hospital a ver a su hijo. El infante se encontraba internado en la Clínica 31 del IMSS, donde estuvo en coma inducido por un lapso de cuatro meses.
“Cuando me permitían verlo se me salían las lágrimas y no me aguantaba, es muy duro ver cómo se acaba un hijo”.
Con tan duras experiencias a los meses se cambiaron de domicilio, pues en aquellos días vivían en el fraccionamiento Valle de Puebla. “Nos fuimos de ahí porque nos pegaban muy duro los recuerdos y pensamos que el lugar estaba muy ‘salado’ y con malos espíritus, por lo que ahora vivimos aquí”. Pero el milagro sucedió y un día de agosto, no recuerda bien si fue el 17 ó 18, al acudir al hospital le dieron la noticia de que su hijo había despertado, no obstante que todo el tiempo le decían que el niño estaba reaccionando bien a los medicamentos.
“Pero yo apenas lo creía, porque lo veía igual, dormidito, flaquito y respirando casi a fuerzas”. Recordó que toda la familia se puso contenta, aunque tardaron para darlo de alta, pues Francisco terminó “en puros huesos”. “Y ahora véalo, llenito, mijo”, señaló con una sonrisa. Cuando lo sacaron de terapia intensiva no los reconocía. Así fue como empezó el proceso final para alimentarlo en forma y rehabilitarlo, apenas podía hablar. “Cuando íbamos a visitarlo no nos conocía y las enfermeras lograron que nos reconociera enseñándoles nuestras fotos que llevamos para eso, le decían nuestros nombres, mamá, tía, papá, hasta que nos recordó”.
Fue todo un proceso terapéutico muy completo para que pudiera caminar y hablar, hasta que finalmente consiguieron que llegara a la normalidad y cuando lo llevaron de vuelta al hogar, obviamente fue una fiesta. “Pero es algo que no quisiéramos volver a pasar, porque eso nos deja marcados de por vida”.