El 19 de octubre las imágenes de miles de centroamericanos luchando por atravesar la frontera entre México y Guatemala dieron la vuelta al mundo. Entre todos los que se aferraban a seguir el camino hacia el Norte se encontraba Carolina, quien no vio más remedio que lanzarse al Río Suchiate y nadar con todas sus fuerzas hacia México.
Hoy, casi 40 días después, la mujer hondureña duerme en un albergue de Mexicali y espera paciente el momento de viajar a Tijuana donde desea emplearse, consciente de que Estados Unidos está más lejos de lo que parece. “Nos tiraron bombas de gas, no hubo otra que tirarme del puente, yo me lancé y nadé hasta el otro lado y lo hice porque tengo a mi gente detrás que necesita de mí, por eso lo hice”. Siempre sonriente y positiva, la mujer de 40 años recordó que fue a través de las noticias que se enteró de la caravana migrante que saldría con rumbo a México para llegar hasta la frontera Norte y en cuestión de segundos tomó la decisión de unirse para perseguir el sueño al igual que sus compatriotas.
“Tengo 40 años, soy madre soltera y no fácilmente me dan un trabajo para mantener a mis hijos, tuve que tomar esa determinación de venirme para acá y poderles ayudar, no había otra opción”. En su natal Honduras, Carolina dejó a sus dos hijos menores al cuidado de su madre, el viaje lo emprendió con su hijo mayor de edad. Para ella, al igual que para el resto de las mujeres que viajan en la caravana, la migración no ha sido sencilla, pues además del frío, del hambre y el cansancio han tenido que sacar la fuerza para colgarse de camiones o de autobuses, todo en la lucha por llegar a la meta.
“Para las mujeres es más complicado, lo que hacían los hombres era esperar a que nosotras nos montáramos y después ellos, nos ayudaban a nosotras, yo venía sin niños así que ayudaba a otras mujeres que si traían a sus hijos”. En Honduras, Carolina se dedicaba a la venta de tamales y montuca, platillos típicos de aquel país que no descarta comercializar en tierras mexicanas.