/ domingo 17 de junio de 2018

Mundial de Futbol: La cosa está de la patada | Hojas de papel volando

Por entonces, en mi tierra oaxaqueña, predominaba el béisbol, un juego estatal, digamos. Lo practicábamos desde niños. Fue la época en la que a los perros se les amarraba con longaniza, y no se la comían. Era así: salir a la calle por la tarde; armar los equipos, contar con dos bolas de estambre o pelotas de goma y dos palos de escoba, nuestros bates.

Unas piedras bien colocadas en cuatro esquinas; se arremangaba uno los pantalones por aquello de la ‘vara de membrillo’ y ya está, se armaba el partido, el jaleo alegre y juguetón y una que otra magulladura, pero estaba bien, eran los gajes del campeonato mundial de beis en nuestra esquina. Así como los gringos que hacen su juego mundial de beis y nada más juegan ellos, ejem.

Pero los traslados monumentales de la vida hicieron que, de pronto, apareciera en terrenos futboleros de la capital del país México, en el bien nombrado Distrito Federal intentando jugar el juego que no era mi juego, el futbol, aunque sí era el juego de todos mis compañeros y amigos en aquella primaria inolvidable a la que llegué para justificar mi ingreso a la secundaria escolar.

Un compañero de salón de clases era muy bueno para eso de jugar al fut, y armar los equipos contendientes a la hora de “deportes”. Se llama Leonardo Cuéllar quien luego jugó en el equipo Pumas, de la Universidad y ha sido técnico de la selección femenina de futbol. Pero, bueno, por entonces era un niño –como todos los que estábamos ahí- al que le encargaban esa tarea mientras el maestro se iba a comer su torta de queso de puerco por ahí.

Yo en realidad era muy malo para eso y difícilmente me elegían para formar parte de uno u otro equipo. De hecho no era indispensable y si me desaparecía por ahí, entre la maleza, no pasaba nada. Jugaban. Y todos éramos muy felices.

Ya en secundaria sí, había un maestro para deportes quien de pronto armó dos equipos de futbol con sus alumnos. Yo uno de ellos. Y ni modo, a hacer la lucha para pasar la materia, y era obligatorio. Pronto el maestro milagroso se dio cuenta de mis dotes futboleras y pronto me llamó apartito para decirme en secretito que yo era tan malito en el futbolito que “mejor hazme un trabajo escrito sobre las Olimpiadas y con eso te paso”. Ja. Yo feliz. Él feliz. Todos felices.

Por entonces se escuchaban los juegos de futbol por la radio. Nada más los ricos fufurufos tenían tele. Y era cosa de estarse quietecito porque don Mario ponía a todo volumen su radio los domingos a las 12, para que escucháramos los partidos.

Y aunque había narradores verdaderamente excepcionales que hacían que uno “viera” el partido, él mismo don Mario nos decía las jugadas y nosotros, un grupo de niños que estábamos absortos, escuchábamos las maravillas de jugadores como Salvador Chava Reyes, José Valtonrá, Ernesto Teto Cisneros… uhhh… y sus equipos: Guadalajara, Toluca, Necaxa, Oro, Atlas.

Todo eso era parte del mundo maravilloso que se desprendía de esos domingos de radio inolvidables, acompañados con una riquísima jícama con limón, sal y chile y la sorpresa de ver cómo don Mario brincaba de felicidad cuando jugadores de su equipo preferido anotaban gol y cómo “los otros” eran unos ‘desgraciados, hijos de…’

Han pasado muchos años desde entonces, y como en las películas de Juan Orol, las hojas del calendario se desprenden solas y se van quién sabe a dónde.

Luego ya se sabe, vino el Mundial de Futbol de 1970. Yo adolescente apenas, veía que por esos días todo era futbol alrededor. Los grandes equipos. La gran organización. La gran inauguración. Y se esparcía por todos lados el olor a orgullo nacional porque después de las Olimpiadas del 68, México era capaz de organizar “la fiesta mundial del deporte”.

Según se supo, había criterios de rotación continental para elegir al país anfitrión. Y para 1970 debía ser un país latinoamericano, pues el del 66 fue en Inglaterra.

México había presentado su candidatura mientras que Argentina lo hizo por cuarta vez. El pero que le ponían a México es que ya había organizado los Olímpicos del 68.

La FIFA junto con el Comité Olímpico Internacional analizó si organizar dos eventos de tal magnitud en un lapso de dos años no sería perjudicial para la organización de los eventos. Sin embargo, se concluyó en que la infraestructura que heredaría la XIX Olimpiada iba a ser benéfica para la organización del evento. Además se presentó la maqueta de lo que sería el Estadio Azteca y pues eso, le tocó a México por 56 votos contra 32 el 8 de octubre de 1964, en Tokio.

Un acontecimiento habría de ser recordado siempre a partir de esas fechas. La llamada Guerra del Futbol. Honduras y El Salvador. Antemano estaba calientito el asunto. Con disputas entre ambos países por asuntos económicos, políticos, fronterizos, migratorios.

En la segunda fase clasificatoria, ambos países se debían enfrentar en partidos de ida y vuelta para definir qué equipo pasaba a la tercera fase. En el primer partido en Tegucigalpa el 8 de junio de 1969, Honduras ganó por 1-0. En San Salvador, los locales ganaron por 3-0. Esto provocó que el 15 de junio doce hinchas hondureños fueran asesinados por la multitud local en tanto que en Honduras inmigrantes salvadoreños fueron atacados.

El 14 de julio de 1969 el Ejército Salvadoreño invadió a Honduras; al menos 2 mil personas murieron durante el conflicto bélico que terminó seis días después por la mediación de la Organización de Estados Americanos.

Las fronteras fueron cerradas y la tensión llegó a extremos, en tanto que Honduras presentó reclamos a la FIFA acusando amenazas de muerte hacia sus jugadores. Hubo un tercer partido disputado en la Ciudad de México el 26, en el Estadio Azteca. Ganó El Salvador a Honduras por 3-2, para jugar luego con Haití y llegar a la Copa Mundial. ​

El Mundial de Futbol se jugó entre el 31 de mayo y el 21 de junio de 1970. Fueron 16 selecciones nacionales las que participaron en la ronda final, siendo reunidas en 4 grupos de 4 equipos, ganó Brasil la Jules Rimet.

De ahí en adelante el gusto y la pasión futbolera en nuestro país incrementaron aún más. Nuevos equipos, nuevos jugadores, nuevas empresas, nuevas y grandes ganancias. Mucha pasión-locura-delirio futbolístico ¿enajenación? También, entonces y aún.

Y ya digerida la jalea, para 1986 le toca de nuevo a México organizar un Mundial de Futbol. Fue la XIII Copa, entre el 31 de mayo y el 29 de junio de 1986. México se convirtió en el primer país en celebrar dos veces una Copa del Mundo cuando la FIFA, tras una reunión en Estocolmo, Suecia, en mayo de 1983, decidió sustituir la sede a Colombia que declinó en noviembre de 1982 por la imposibilidad de cumplir con los requerimientos que FIFA exigía para celebrar el evento.

Fueron 24 selecciones las que acudieron al torneo y 52 partidos celebrados, al igual que en el mundial anterior, España 1982. Y en este Mundial México 86 hubo hechos que hicieron historia en el futbol.

En el partido Argentina - Inglaterra, Diego Armando Maradona, quien había sido golpeado con un codazo por Terry Butcher que el árbitro dijo que no vio, se desquitó anotando dos de sus goles más famosos: uno que consiguió tocando el balón con la mano y que el árbitro dio por legal y que él mismo dijo después que había sido La mano de Dios y luego, el mismo Maradona desde media cancha, burló a todo adversario que se cruzó en su camino para anotar el mejor gol del Mundial, que ganó Argentina a Alemania por 3-2, y así.

La pasión por el futbol en México es grande. De locura. En eso no estamos solos los mexicanos. Ocurre esta emoción “desenfrenada” en muchos países y por eso se llevan a cabo grandes “copas” que son eventos internacionales en las que equipos de distinta catadura se enfrentan para demostrar superioridades. Los dueños de equipos ganan lana a raudales; los jugadores son el ejemplo de opulencia en muchos casos y los fanáticos sacian su sed de goles con los campeonatos que se llevan a cabo acá o allá. Decíamos: el negocio es el negocio y si éste aporta solaz y distractores, pues así la cosa.

Y así surgen estrellas, estrellitas y asteroides del futbol local, nacional y mundial. A los que somos gente del día a día, con tortas de milanesa con holanes y limonadas de naranja, se nos informa de las proezas de grandes jugadores mundiales, como el argentino Lionel Messi, que ha ganado muchos premios como ‘el mejor jugador del año’; como también el portugués Cristiano Ronaldo y las rivalidades entre ambos por ser cada uno el mejor y el más pagado.

O como el gran Xavi Hernández del Barcelona, que fue; o Neymar, Luis Suárez y antes el tal Franz Beckenbauer, o Edson do Santos, Pelé el brasileño histórico.

Y vaya, también nosotros tenemos historia, claro que sí. Con jugadores de fuste que fueron aquellos pioneros como Horacio Casarín, en los cincuenta, o como el gran Salvador Reyes que acudió a mundiales como el de Suecia (1958), Chile (1962) e Inglaterra (1966). ¡Y qué tal La Tota Antonio Carbajal, el gran portero Cinco Copas orgullo nuestro! Y en adelante jugadores como Enrique Borja.

O como Hugo Sánchez, Benjamín Galindo, Carlos Hermosillo, Jorge Campos, Jared Borguetti, Rafael Márquez, Cuauhtémoc Blanco, ahora metido a político morelense, y tantos más; muchos más que le dan lustre al futbol mexicano. A fin de cuentas un negocio que es juego y que es de seres humanos que se lanzan a la aventura para hacer triunfar a sus equipos y hacer gritar hasta la locura a los fanáticos del futbol.

Apenas y queda para el recuerdo de aquellos pioneros del futbol en México. ¿Quién fue primero Orizaba o Pachuca? Lo trajeron los ingleses que llegaron a la explotación de las minas mexicanas a finales del siglo XIX y el primer campeonato (según la Federación Mexicana de Futbol) se llevó a cabo en 1902 entre los equipos: Orizaba Athletic Club, el Pachuca A.C. y el Reforma A.C., los tres integrados por ingleses, y luego los mexicanos se adueñaron del balón y ya no lo soltaron.

Ya comenzó el Mundial de Futbol en Rusia. Ya están allá los grandes equipos, los grandes jugadores, los grandes estadios y la gran fiesta. Las empresas apuestan a todo para ganarlo todo. Vaya que sí. Y, con todo, es un espectáculo que nos introduce a la algarabía y a la emoción apasionada del triunfo por el triunfo y a un nacionalismo y patriotismo en el que nuestros colores patrios han salido a conseguir la victoria y si no, pues no, que de todos modos la diversión está ahí, a la vista, sin enganche y sin fiador.

¡Pásamela…! ¡Viene de ahí! ¡Nooooo hagas eso! ¡Acá estoy! ¡Correeeeee! ¡No seas tan mensoooo! ¡Qué chingón ereeeees! Sigue nuestro campeonato infantil. Apenas hay luz de día pero estamos ahí para vencer al enemigo y golearlo hasta que le duela el alma, el corazón, el cuajo y la molleja, todo. Ahí estamos, con el pantalón arremangado, sudorosos, despeinados y contentos, muy contentos porque más que el juego sigue ahí la convivencia y la amistad y el “mañana ya se verá”.

Y también está ahí, el Mundial de Rusia-18, para salir del tormento chino en el que se convirtió nuestro proceso electoral. Aunque sea un ratito; un abrir y cerrar de ojos; un tronar de anular con pulgar, un ¡gooooooooool!

jhsantiago@prodigy.net.mx


Por entonces, en mi tierra oaxaqueña, predominaba el béisbol, un juego estatal, digamos. Lo practicábamos desde niños. Fue la época en la que a los perros se les amarraba con longaniza, y no se la comían. Era así: salir a la calle por la tarde; armar los equipos, contar con dos bolas de estambre o pelotas de goma y dos palos de escoba, nuestros bates.

Unas piedras bien colocadas en cuatro esquinas; se arremangaba uno los pantalones por aquello de la ‘vara de membrillo’ y ya está, se armaba el partido, el jaleo alegre y juguetón y una que otra magulladura, pero estaba bien, eran los gajes del campeonato mundial de beis en nuestra esquina. Así como los gringos que hacen su juego mundial de beis y nada más juegan ellos, ejem.

Pero los traslados monumentales de la vida hicieron que, de pronto, apareciera en terrenos futboleros de la capital del país México, en el bien nombrado Distrito Federal intentando jugar el juego que no era mi juego, el futbol, aunque sí era el juego de todos mis compañeros y amigos en aquella primaria inolvidable a la que llegué para justificar mi ingreso a la secundaria escolar.

Un compañero de salón de clases era muy bueno para eso de jugar al fut, y armar los equipos contendientes a la hora de “deportes”. Se llama Leonardo Cuéllar quien luego jugó en el equipo Pumas, de la Universidad y ha sido técnico de la selección femenina de futbol. Pero, bueno, por entonces era un niño –como todos los que estábamos ahí- al que le encargaban esa tarea mientras el maestro se iba a comer su torta de queso de puerco por ahí.

Yo en realidad era muy malo para eso y difícilmente me elegían para formar parte de uno u otro equipo. De hecho no era indispensable y si me desaparecía por ahí, entre la maleza, no pasaba nada. Jugaban. Y todos éramos muy felices.

Ya en secundaria sí, había un maestro para deportes quien de pronto armó dos equipos de futbol con sus alumnos. Yo uno de ellos. Y ni modo, a hacer la lucha para pasar la materia, y era obligatorio. Pronto el maestro milagroso se dio cuenta de mis dotes futboleras y pronto me llamó apartito para decirme en secretito que yo era tan malito en el futbolito que “mejor hazme un trabajo escrito sobre las Olimpiadas y con eso te paso”. Ja. Yo feliz. Él feliz. Todos felices.

Por entonces se escuchaban los juegos de futbol por la radio. Nada más los ricos fufurufos tenían tele. Y era cosa de estarse quietecito porque don Mario ponía a todo volumen su radio los domingos a las 12, para que escucháramos los partidos.

Y aunque había narradores verdaderamente excepcionales que hacían que uno “viera” el partido, él mismo don Mario nos decía las jugadas y nosotros, un grupo de niños que estábamos absortos, escuchábamos las maravillas de jugadores como Salvador Chava Reyes, José Valtonrá, Ernesto Teto Cisneros… uhhh… y sus equipos: Guadalajara, Toluca, Necaxa, Oro, Atlas.

Todo eso era parte del mundo maravilloso que se desprendía de esos domingos de radio inolvidables, acompañados con una riquísima jícama con limón, sal y chile y la sorpresa de ver cómo don Mario brincaba de felicidad cuando jugadores de su equipo preferido anotaban gol y cómo “los otros” eran unos ‘desgraciados, hijos de…’

Han pasado muchos años desde entonces, y como en las películas de Juan Orol, las hojas del calendario se desprenden solas y se van quién sabe a dónde.

Luego ya se sabe, vino el Mundial de Futbol de 1970. Yo adolescente apenas, veía que por esos días todo era futbol alrededor. Los grandes equipos. La gran organización. La gran inauguración. Y se esparcía por todos lados el olor a orgullo nacional porque después de las Olimpiadas del 68, México era capaz de organizar “la fiesta mundial del deporte”.

Según se supo, había criterios de rotación continental para elegir al país anfitrión. Y para 1970 debía ser un país latinoamericano, pues el del 66 fue en Inglaterra.

México había presentado su candidatura mientras que Argentina lo hizo por cuarta vez. El pero que le ponían a México es que ya había organizado los Olímpicos del 68.

La FIFA junto con el Comité Olímpico Internacional analizó si organizar dos eventos de tal magnitud en un lapso de dos años no sería perjudicial para la organización de los eventos. Sin embargo, se concluyó en que la infraestructura que heredaría la XIX Olimpiada iba a ser benéfica para la organización del evento. Además se presentó la maqueta de lo que sería el Estadio Azteca y pues eso, le tocó a México por 56 votos contra 32 el 8 de octubre de 1964, en Tokio.

Un acontecimiento habría de ser recordado siempre a partir de esas fechas. La llamada Guerra del Futbol. Honduras y El Salvador. Antemano estaba calientito el asunto. Con disputas entre ambos países por asuntos económicos, políticos, fronterizos, migratorios.

En la segunda fase clasificatoria, ambos países se debían enfrentar en partidos de ida y vuelta para definir qué equipo pasaba a la tercera fase. En el primer partido en Tegucigalpa el 8 de junio de 1969, Honduras ganó por 1-0. En San Salvador, los locales ganaron por 3-0. Esto provocó que el 15 de junio doce hinchas hondureños fueran asesinados por la multitud local en tanto que en Honduras inmigrantes salvadoreños fueron atacados.

El 14 de julio de 1969 el Ejército Salvadoreño invadió a Honduras; al menos 2 mil personas murieron durante el conflicto bélico que terminó seis días después por la mediación de la Organización de Estados Americanos.

Las fronteras fueron cerradas y la tensión llegó a extremos, en tanto que Honduras presentó reclamos a la FIFA acusando amenazas de muerte hacia sus jugadores. Hubo un tercer partido disputado en la Ciudad de México el 26, en el Estadio Azteca. Ganó El Salvador a Honduras por 3-2, para jugar luego con Haití y llegar a la Copa Mundial. ​

El Mundial de Futbol se jugó entre el 31 de mayo y el 21 de junio de 1970. Fueron 16 selecciones nacionales las que participaron en la ronda final, siendo reunidas en 4 grupos de 4 equipos, ganó Brasil la Jules Rimet.

De ahí en adelante el gusto y la pasión futbolera en nuestro país incrementaron aún más. Nuevos equipos, nuevos jugadores, nuevas empresas, nuevas y grandes ganancias. Mucha pasión-locura-delirio futbolístico ¿enajenación? También, entonces y aún.

Y ya digerida la jalea, para 1986 le toca de nuevo a México organizar un Mundial de Futbol. Fue la XIII Copa, entre el 31 de mayo y el 29 de junio de 1986. México se convirtió en el primer país en celebrar dos veces una Copa del Mundo cuando la FIFA, tras una reunión en Estocolmo, Suecia, en mayo de 1983, decidió sustituir la sede a Colombia que declinó en noviembre de 1982 por la imposibilidad de cumplir con los requerimientos que FIFA exigía para celebrar el evento.

Fueron 24 selecciones las que acudieron al torneo y 52 partidos celebrados, al igual que en el mundial anterior, España 1982. Y en este Mundial México 86 hubo hechos que hicieron historia en el futbol.

En el partido Argentina - Inglaterra, Diego Armando Maradona, quien había sido golpeado con un codazo por Terry Butcher que el árbitro dijo que no vio, se desquitó anotando dos de sus goles más famosos: uno que consiguió tocando el balón con la mano y que el árbitro dio por legal y que él mismo dijo después que había sido La mano de Dios y luego, el mismo Maradona desde media cancha, burló a todo adversario que se cruzó en su camino para anotar el mejor gol del Mundial, que ganó Argentina a Alemania por 3-2, y así.

La pasión por el futbol en México es grande. De locura. En eso no estamos solos los mexicanos. Ocurre esta emoción “desenfrenada” en muchos países y por eso se llevan a cabo grandes “copas” que son eventos internacionales en las que equipos de distinta catadura se enfrentan para demostrar superioridades. Los dueños de equipos ganan lana a raudales; los jugadores son el ejemplo de opulencia en muchos casos y los fanáticos sacian su sed de goles con los campeonatos que se llevan a cabo acá o allá. Decíamos: el negocio es el negocio y si éste aporta solaz y distractores, pues así la cosa.

Y así surgen estrellas, estrellitas y asteroides del futbol local, nacional y mundial. A los que somos gente del día a día, con tortas de milanesa con holanes y limonadas de naranja, se nos informa de las proezas de grandes jugadores mundiales, como el argentino Lionel Messi, que ha ganado muchos premios como ‘el mejor jugador del año’; como también el portugués Cristiano Ronaldo y las rivalidades entre ambos por ser cada uno el mejor y el más pagado.

O como el gran Xavi Hernández del Barcelona, que fue; o Neymar, Luis Suárez y antes el tal Franz Beckenbauer, o Edson do Santos, Pelé el brasileño histórico.

Y vaya, también nosotros tenemos historia, claro que sí. Con jugadores de fuste que fueron aquellos pioneros como Horacio Casarín, en los cincuenta, o como el gran Salvador Reyes que acudió a mundiales como el de Suecia (1958), Chile (1962) e Inglaterra (1966). ¡Y qué tal La Tota Antonio Carbajal, el gran portero Cinco Copas orgullo nuestro! Y en adelante jugadores como Enrique Borja.

O como Hugo Sánchez, Benjamín Galindo, Carlos Hermosillo, Jorge Campos, Jared Borguetti, Rafael Márquez, Cuauhtémoc Blanco, ahora metido a político morelense, y tantos más; muchos más que le dan lustre al futbol mexicano. A fin de cuentas un negocio que es juego y que es de seres humanos que se lanzan a la aventura para hacer triunfar a sus equipos y hacer gritar hasta la locura a los fanáticos del futbol.

Apenas y queda para el recuerdo de aquellos pioneros del futbol en México. ¿Quién fue primero Orizaba o Pachuca? Lo trajeron los ingleses que llegaron a la explotación de las minas mexicanas a finales del siglo XIX y el primer campeonato (según la Federación Mexicana de Futbol) se llevó a cabo en 1902 entre los equipos: Orizaba Athletic Club, el Pachuca A.C. y el Reforma A.C., los tres integrados por ingleses, y luego los mexicanos se adueñaron del balón y ya no lo soltaron.

Ya comenzó el Mundial de Futbol en Rusia. Ya están allá los grandes equipos, los grandes jugadores, los grandes estadios y la gran fiesta. Las empresas apuestan a todo para ganarlo todo. Vaya que sí. Y, con todo, es un espectáculo que nos introduce a la algarabía y a la emoción apasionada del triunfo por el triunfo y a un nacionalismo y patriotismo en el que nuestros colores patrios han salido a conseguir la victoria y si no, pues no, que de todos modos la diversión está ahí, a la vista, sin enganche y sin fiador.

¡Pásamela…! ¡Viene de ahí! ¡Nooooo hagas eso! ¡Acá estoy! ¡Correeeeee! ¡No seas tan mensoooo! ¡Qué chingón ereeeees! Sigue nuestro campeonato infantil. Apenas hay luz de día pero estamos ahí para vencer al enemigo y golearlo hasta que le duela el alma, el corazón, el cuajo y la molleja, todo. Ahí estamos, con el pantalón arremangado, sudorosos, despeinados y contentos, muy contentos porque más que el juego sigue ahí la convivencia y la amistad y el “mañana ya se verá”.

Y también está ahí, el Mundial de Rusia-18, para salir del tormento chino en el que se convirtió nuestro proceso electoral. Aunque sea un ratito; un abrir y cerrar de ojos; un tronar de anular con pulgar, un ¡gooooooooool!

jhsantiago@prodigy.net.mx


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