/ domingo 15 de septiembre de 2024

Del estante | Desmitifica la figura de Miguel Hidalgo

En su libro “Mitos de la historia mexicana”, Alejandro Rosas describe el cura como “un seductor de almas”

¿En quién pensamos cuando pensamos en Miguel Hidalgo? La visión popular, apunta a un hombre sensible y comprensivo de las necesidades del pueblo ante las injusticias, que tan sólo con su fe y convicción logró emancipar a toda una nación.

Cada quien es libre de pensar sus héroes, pero hay quienes opinan distinto sobre este “padre de la patria”. El escritor Alejandro Rosas en su libro “Mitos de la historia mexicana”, se refiere a Hidalgo como “un seductor de almas”, diestro para las ciencias, la guerra y la bohemia.

Basado en sus investigaciones, Rosas, relata que Hidalgo desde joven “desarrolló una clara vocación y amor por el conocimiento”, y que luego de ordenarse sacerdote en 1778, tuvo buena fortuna como académico en el antiguo colegio de San Nicolás; políglota en lenguas extranjeras e indígenas, incluso como funcionario fue ganando adeptos, más por su carisma y erudición, que por su fe.

Tanto en Colima, San Felipe y Dolores, creó talleres de oficios y hasta organizó agrupaciones de música indígena. De hecho, afirma Rosas, citando textos de época que Hidalgo cautivaba a todos en noches bohemias por su elocuencia, aguda crítica y brillante genio.

Sobre el carácter bélico de Hidalgo, Rosas asegura que los primeros años de la Guerra de Independencia estuvieron marcados por “la improvisación”, ya que Hidalgo se había dejado llevar por su instinto, haciendo uso de su carisma y aprovechando su investidura sacerdotal para convocar a miles de personas dispuestas a la emancipación.

“No tenía un plan de guerra claro, en su mente no se dibujaba siquiera una forma de organización política para el movimiento insurgente”, afirma el investigador, quien destaca que sus procedimientos, como sacerdote, fueron poco ortodoxos durante aquellos tiempos, ya que permitía “el saqueo, la rapiña, y, en ocasiones, hasta el asesinato”.

Hidalgo, según Rosas, quien cita a Lucas Alamán, fue un hombre que se dio un lugar honorable, al que “dábasele el tratamiento de alteza serenísima". Sobre esta actitud, el investigador documenta que Hidalgo se arrepintió por sus actos incontrolables, pues se había “dejado poseer por el frenesí”, al son de su histórico grito “¡mueran los gachupines!”.

¿En quién pensamos cuando pensamos en Miguel Hidalgo? La visión popular, apunta a un hombre sensible y comprensivo de las necesidades del pueblo ante las injusticias, que tan sólo con su fe y convicción logró emancipar a toda una nación.

Cada quien es libre de pensar sus héroes, pero hay quienes opinan distinto sobre este “padre de la patria”. El escritor Alejandro Rosas en su libro “Mitos de la historia mexicana”, se refiere a Hidalgo como “un seductor de almas”, diestro para las ciencias, la guerra y la bohemia.

Basado en sus investigaciones, Rosas, relata que Hidalgo desde joven “desarrolló una clara vocación y amor por el conocimiento”, y que luego de ordenarse sacerdote en 1778, tuvo buena fortuna como académico en el antiguo colegio de San Nicolás; políglota en lenguas extranjeras e indígenas, incluso como funcionario fue ganando adeptos, más por su carisma y erudición, que por su fe.

Tanto en Colima, San Felipe y Dolores, creó talleres de oficios y hasta organizó agrupaciones de música indígena. De hecho, afirma Rosas, citando textos de época que Hidalgo cautivaba a todos en noches bohemias por su elocuencia, aguda crítica y brillante genio.

Sobre el carácter bélico de Hidalgo, Rosas asegura que los primeros años de la Guerra de Independencia estuvieron marcados por “la improvisación”, ya que Hidalgo se había dejado llevar por su instinto, haciendo uso de su carisma y aprovechando su investidura sacerdotal para convocar a miles de personas dispuestas a la emancipación.

“No tenía un plan de guerra claro, en su mente no se dibujaba siquiera una forma de organización política para el movimiento insurgente”, afirma el investigador, quien destaca que sus procedimientos, como sacerdote, fueron poco ortodoxos durante aquellos tiempos, ya que permitía “el saqueo, la rapiña, y, en ocasiones, hasta el asesinato”.

Hidalgo, según Rosas, quien cita a Lucas Alamán, fue un hombre que se dio un lugar honorable, al que “dábasele el tratamiento de alteza serenísima". Sobre esta actitud, el investigador documenta que Hidalgo se arrepintió por sus actos incontrolables, pues se había “dejado poseer por el frenesí”, al son de su histórico grito “¡mueran los gachupines!”.

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