Turista Cultural
Crecí envuelto en novelas y carente de poesía. El librero de mis papás tenía novelas de crimen, algunos clásicos de la literatura y una que otra autobiografía, pero ningún poemario. Lo más cercano eran unos cancioneros de Alberto Cortez, ídolo eterno de mi padre.
No. En la casa de los Pineda no había poesía, al menos no de la que te encuentras en libros. No supe ni siquiera qué era eso hasta que leí mis primeros versos en la secundaria, que no me gustaron realmente. Es hasta la universidad que conozco al primer poeta que de verdad capta mi atención, Jaimes Sabines y el poema es "Tía Chofi".
Por primera vez puse atención tanto al propósito del mensaje como a su inevitable música, en especial cuando escuché el poema de voz del mismo Sabines en su homenaje de 1996 en el Palacio de Bellas Artes. Gracias a él leí a otros poetas clásicos como Neruda, García Lorca, Paz, Guillén e incluso un poco de Bukowski. Ahora me encuentro en el proceso de leer a poetas más contemporáneos.
Aunque terminé la carrera hace 10 años, Sabines no deja de ser mi entrada al mundo de los versos. Por eso decidí presentarme al recital de poesía y guitarra celebrado el pasado jueves 2 de mayo en el Foro Experimental del Ceart, un homenaje titulado "De Sabines y Guitarra". Tenía mucho sin leer o escuchar sus poemas, por lo que me resultó placentero escuchar clásicos como "Los amorosos", "Yo no sé de cierto" y obviamente, "Tía Chofi". Fue como ver a mi banda favorita de la adolescencia en concierto y complacer mis gustos culposos con sus grandes éxitos. Fue también un regreso a casa, al inicio de mi amor por la poesía.
Juan Manuel Martínez estuvo a cargo de las lecturas mientras Delfino Rodríguez mostró sus dotes con la guitarra, adornando sus acompañamientos con fragmentos de Bach e incluso la melodía principal de canciones como "La Llorona" o "The Sound of Silence" de Simon & Garfunkel. Delfino siempre esperó al momento idóneo para mostrar su talento, dándole a los versos de Sabines la atención y reverencia que merecían: Ellos eran, después de todo, los invitados de honor.
Poesía y guitarra clásica juntos crearon un ambiente no bohemio ni romántico, sino rústico, nostálgico, lleno de gratitud y buenas memorias para un hombre que nos mostró la belleza que transpira de la soledad y la melancolía. Esa noche recordamos por qué Jaime Sabines es —y por siempre será— una de las grandes voces del siglo XX.
Joaquín A. Pineda
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