En verdad es sorprendente. Como si fuera cosa de magia. Un milagro de la naturaleza y de la inteligencia humana. Una muestra de grandiosidad del hombre para reconocer y reconocerse….
Es una especia de amor correspondido. Es llegar y ver la página en blanco y de pronto habrá que llenarla con el incipiente soltar la mano para poco a poco comenzar a dibujar lo que habrá de ser la historia de uno, la historia de nuestra vida, lo que ve el que vive: las letras, una a una…
Y así, un día, de la mano de nuestros maestros milagrosos de primaria comenzó el descubrimiento de nuevos mundos, de nuevas formas de ver la vida que apenas comienza, de ser y estar en ese pizarrón, en ese cuaderno de doble raya, en ese lápiz con punta fina, en esa goma, en esos colores.
Y ahí, todo el grupo, uno a uno, comenzamos la andadura por conocer el alfabeto, ese que nos enseñan nuestros maestros y maestras para decirnos que en la letra y en la palabra está la verdad, pero también el dolor…
Está el saber que hay mundos lejanos, ideas, ingenio, magia, imaginación, si, esa imaginación que es “la loca de la casa”: todo ahí, de la mano de los maestros y maestras que nos lo dan día a día, la línea, la curva, el punto… todo como si ellos fueran un doctor que, sin cirugía, nos trepanan la maceta para introducir en ella pensamientos y problemas: “Dos más dos da cuatro”…
Y junto con el alfabeto nos dan la libertad, nos dan el descubrimiento de nuestros talentos, nos dan la posibilidad de “ser alguien en la vida”. Nos ponen a la vista las herramientas que nos servirán toda nuestra existencia. Las que abren puertas y ventanas. Las que nos permitirán recorrer caminos y veredas y cruzar ríos y mares y volar como las aves, un día.
Es el comienzo de lo que será el gran recorrido. Para algunos el viaje de alfabetizarnos será muy corto, apenas un suspiro, para otros será un viaje extenso hasta obtener los laureles que darán sentido a nuestro ser profesional y el reconocimiento por el esfuerzo realizado. Para algunos otros aquel primer día se extenderá toda la vida, minuto a minuto, día tras día y año tras año: un látigo.
Así, un día, de la mano de la maestra Rosita de la Vega, comenzaremos a llenar los cuadernos “Tigre” con rayas y bolitas: “¡Una plana de bolitas!” que salgan bonitas redondas, como globitos, como esferas, como la luna el sol y las estrellas.” Si, pero no. Porque vemos nuestro primer cuaderno y aquellas bolitas parecen todo, menos bolitas… Sin embargo es cosa de tiempo y otra cosita… ¡Y de pronto…! ¡Ahí está ya! ¡Es la O, por lo redondo!”.
Y así, la A, la E, I y la U… “el burro sabe más que tú”.
Si. Eso de meternos en la cabeza el alfabeto y luego unir palabras y luego formar frases y oraciones es un milagro del entendimiento. ¿Cómo una mente en blanco de pronto guarda aquel alfabeto milagroso? ¿Cómo se queda ahí y ya nunca se nos olvidará? ¿Cómo olvidar la mano de la maestra que toma la nuestra, mano de niño, para guiarnos con paciencia y decirnos que así, así, así…? “hazlo otra vez y verás que bonita te va a salir esa U”.
Porque alfabetizar no es moco de pavo. Quienes nos enseñan han recorrido años de formación profesional en su escuela normal de maestros o sus equivalentes regionales.
Son muchachos y muchachas que deciden que quieren enseñar; que quieren aprender a enseñar, quieren tener método, reglas, escuelas de alfabetización, y trasladar sus conocimientos a otros seres humanos para quitarles lo burro; quieren enseñarles a niños y adultos el Alfa-beta-gama del saber.
Ellos, los maestros y maestras saben que al enseñarnos el alfabeto nos están entregando el universo, el cielo, las estrellas y la felicidad y el dolor del conocimiento: “Cuando era feliz e indocumentado” dijo un día Gabriel García Márquez. O “mejor no saber, para no sufrir” decía un amigo tabasqueño hace tiempo.
Pero en general conocer el alfabeto es ponerlo en el coco y quedará ahí para siempre, como calcomanía o como tatuaje indeleble.
Así para la gran mayoría de los mexicanos al grito de guerra; para todos los que hemos ido a la escuela a aprender el alfabeto y para saber usarlo, para saber poner en un papel nuestro nombre y así saber que tenemos identidad, que tenemos un lugar en el mundo; luego el nombre de mamá y de papá y el del abuelo y la abuela, de los hermanos y el de la niña bonita del Primero B.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), la alfabetización es la capacidad de leer y escribir, identificar, entender, interpretar, crear, comunicarse y calcular, utilizando materiales impresos y escritos, así como la capacidad de resolver problemas, como también es indispensable para lo laboral.
La alfabetización –dice UNESCO- trasciende al solo hecho de saber leer y escribir, nos permite conocer, nombrar, interactuar y comunicarnos con nuestro mundo, desarrollar un pensamiento reflexivo, elementos que en su conjunto nutren la construcción de nuestra identidad y autonomía.
Por otro lado, la alfabetización también es importante para la participación ciudadana. Las personas que no pueden leer y escribir tienen menos probabilidades de participar en la vida política y social de su comunidad. La alfabetización pueden ayudar a aumentar la participación ciudadana y a mejorar la democracia.’
A saber: Más del 86% de la población en el mundo sabe leer y escribir. No obstante hay, al menos, 765 millones de adultos que no saben leer ni escribir, dos tercios de ellos son mujeres, así como 250 millones de niños que no adquieren las competencias básicas en lectoescritura: “Antes de la pandemia de COVID-19, que provocó la peor perturbación de la educación en un siglo, 617 millones de niños y adolescentes no habían alcanzado los niveles mínimos de lectura.” (UNESCO).
De acuerdo con el Censo Nacional de Población y Vivienda 2020, en México hay 5.4 millones de personas analfabetas, de las cuales, 1.6 son personas mayores, predominando dentro de este grupo las mujeres y personas pertenecientes a pueblos originarios como las más afectadas por esta condición. Y aún hay más:
A este 5.4 millones de analfabetas en México, habría que agregar los casi 3.4 millones (mayores de 15 años) que sólo cursaron los dos primeros años de la instrucción primaria. Se trata, entonces, de 8.8 millones de mexicanos que, en realidad, son analfabetos. La CEPAL considera como personas no alfabetizadas a las que tienen 5 años o menos de educación formal.
Los millones de analfabetos (absolutos y funcionales) muestran el fracaso de los programas de educación en México en los años recientes. En 2024 sigue el lacerante problema de millones de mexicanos que no conocen el alfabeto o que lo conocen pero no saben cómo utilizarlo.
Y para acabarla de amolar, a partir del año 2017, la ONU sumó el tema de la alfabetización digital, que no es otra cosa que la capacidad que tienen las personas para entender y usar de forma provechosa las nuevas tecnologías comunicacionales: Internet.
En todo caso durante muchos años, miles de seres humanos no supieron leer y escribir. Se las agenciaban como podía y vivían el día a día sin más complicaciones que el trabajo, la subsistencia, la formación de una familia, la salud y el alimento, acaso el solaz, también. Y eran felices. Los libros que se publicaban eran básicamente para la gente que había tenido acceso al alfabeto de forma privilegiada y excepcional.
Pero un día millones quisieron saber, quisieron leer qué decía Don Quijote; La Biblia; Los poemas del Mío Cid. Quisieron decirle a alguien, por escrito, cuánto le quería, cuánto le necesitaba o “¿cuándo vienes para comernos un mole de olla como a ti te gusta?”.
Y un día millones pudieron conocer, por escrito y por qué, la palabra Libertad; la palabra Justicia; la palabra Amistad; la palabra Amor; la palabra Chingar.
Y entonces comenzó a entender aún más lo que es la vida y su circunstancia. Y entonces comenzó a ser feliz. O infeliz. Pero no analfabeta. Comenzó a saber la razón de las cosas y supo entonces que la luna no es de queso.
8 de septiembre, Día Internacional de la Alfabetización:
“Primero verás que pasa la 'A', con sus dos patitas muy abiertas al marchar. Ahí viene la 'E' alzando los pies, el palo de en medio es más chico como ves. Aquí está la 'I', le sigue la 'O' una es flaca y la otra gorda porque ya comió. Y luego hasta atrás llegó la 'U', como la cuerda con que siempre saltas tú.” (Cri-Cri).