Reciclar viejas campañas motivadoras, con la idea de esperar un cambio, en estos momentos de la vida mexicana desconcierta.
Hace veintitantos años, el “Ponte trucha” sí impactó a los cachanillas, en especial porque la narrativa de aquel entonces aún estaba enfocada en el echaleganismo, la filosofía en la cual, el puro esfuerzo es suficiente para volverse un millonario triunfador.
Pero hoy, por más mal que caiga el gobierno federal, nos demostró que muchos de los problemas, sino es que todos, derivan de alguna u otra forma de la desigualdad.
O sea, echarle muchas ganas jamás alcanzará si tu sueldo no te alcanza para tener una vida decorosa. Si a tus jefes no les importa si comiste, tienes algún problema emocional o si tu talento es desperdiciado. No todos caminan al mismo ritmo, ni por veredas despejadas. Por si fuera poco, las carencias influyen en el tono de los pensamientos (“Poverty impedes cognitive function”).
Debe reconocerse que los truchas creadores del concepto ampliaron el abanico de sectores a motivar con los promocionales “Buscando el compromiso, ejerciendo el liderazgo”, pero no se dirigía al patrón, el patrocinador de las campañas, el verdadero destinatario, sino a los mandos directivos medios.
A punto de llegar a un cuarto de siglo, es momento para un verdadero “Ponte trucha 2.0”, uno en donde se le recuerde al patrón que su éxito no necesariamente está ligado a su presunta inteligencia, porque tal vez su dinero o sus negocios fueron heredados o producto de relaciones clientelares con los gobiernos.
Y eso no tiene nada de malo, total, quizá él ni tuvo la culpa, pero lo que sí es su responsabilidad es no fortalecer el discurso de la meritocracia, sino promover la empatía, la comprensión. También debería dejar de creer que todo aquel quien piensa en favor de la igualdad es un acomplejado, comunista morenaco.
Pagar los impuestos sin andar regateando, sacrificar sus márgenes de ganancias, aunque sea el 1 por ciento para ofrecer una paga digna, haría mucho más por Mexicali que una campaña anticuada.
Así las cosas, mientras llega la dictadura, gocemos las bondades de la dictablanda, el actual sistema de gobierno, que promueve la organización con fines políticos o empresariales e incluso tolera las ofensas (bueno, la Federación sí, pero el Estado reprime a golpes). Aprovechémosla, usemos el ingenio para modificar nuestro sistema operativo.
Quien les dice que, al paso del tiempo, un patrón bien trucha podría convertirse en ese líder político del que tan urgidos estamos, porque los de hoy nomás no.