Víctor Martínez Ceniceros
AMLO tuvo muchos defectos, muchas fallas como Presidente, pero una virtud le permitió superar las deficiencias evidentes: Con su discurso, hizo sentir importantes a las personas marginadas.
Lo logró utilizando palabras, entonación, que parecían ser legítimas, salidas del corazón. Y si al mensaje le añadimos una dosis de apoyo económico, es fácil comprender porqué tuvo resultados favorables en la pasada elección. Amor con amor se pagó.
La ciencia avala el poder de las buenas palabras, la forma en la que influyen no solo en el alma, sino hasta en el proceso de alivio de enfermedades. El “sana, sana, colita de rana” ha curado más personas que el mejor medicamento, o la tecnología más moderna (“Influence of context effects on health outcomes...”).
Las palabras positivas, cálidas, salidas desde la empatía del médico, no solo tranquilizan al paciente, también promueven una mejor salud física. Toma tiempo, porque implica paciencia, compasión, pero brinda mejoras medibles (“Effects oh empathic and positive communication in healthcare…”).
La alta presión puede bajar, solo con un simple mensaje de un doctor, advirtiendo sobre la disminución. Lo mismo ocurre con el síndrome del colon irritable o incluso una lesión en la rodilla (“The effect of verbal instruction on blood pressure…”, “Components of placebo effect: randomised…”).
En el otro lado de la moneda, los malos mensajes despiertan un ciclo dañoso: Afectan la condición de salud, la enfermedad es una etapa adversa, la adversidad, aniquila la capacidad cognitiva y con poca claridad de pensamiento, cometemos actos autodestructivos, lo que nos mantiene enfermos, sin caminos libres, para salir de la crisis (“Poverty impedes cognitive function”).
Ahora que el Presidente termine su encargo, millones lo van a extrañar, en especial aquellos políticos a quienes regaló vida política artificial, las mujeres y los hombres gobernantes, egoístas, inoperantes, de nulo discurso, que supieron colarse a la cresta de la ola.
Contrario a lo que nos dice la primera impresión, Claudia Sheinbaum comunica muy bien, es cálida, comprensiva, pero no es AMLO. No será bueno para los morenistas confiar en el poder de su partido, ni de la nueva Presidenta. Morena no es su gente, Morena es López Obrador. Por eso les urge mantenerlo vigente el mayor tiempo posible. Poner su rostro en un nuevo billete o en una moneda conmemorativa, no parece una idea tan descabellada. Necesitan convertir en leyenda, al ser humano o corren el riesgo de perder todos sus logros.
Con el capital político acumulado y a como están las cosas en la oposición chafa, al partido en el poder le va a alcanzar -por lo menos- para otros 5 años más de bonanza.